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sábado, 28 de noviembre de 2009

Planet 51

No me gusta el cine español. Eso no quiere decir que alguna vez surja una película con la que disfrutara...recuerdo que hace años hubo una, “El Maestro de Esgrima” creo que se llamaba. Quizás esperen que ahora diga que Planet 51 es otro ejemplo, pero no lo voy a hacer. No es que no me haya gustado, sino que Planet 51 no es cine español, a pesar de haber contado con las subvenciones que tanto daño hacen a la producción cinematográfica nacional, por perpetuar una mediocridad de la que no se sale porque no hace falta triunfar en taquilla para poder volver a vivir de la subvención al año siguiente. (Ahora parece que empiezan a temblar algunos por la posibilidad de que se recorten o supriman las subvenciones. Por fin podría haber una selección natural que premiaría la calidad y la excelencia, que hasta ahora han brillado por su ausencia.)

Volvamos a Planet 51: digo que no es cine español porque la mejor definición que se le puede dar es que es una película estadounidense hecha en España. Y no sólo por el esfuerzo de distribución que han hecho sus productores para que se estrenara en todo Estados Unidos y 170 países más, sino por sus características cinematográficas, que incluyen, ritmo, dinamismo y un buen guión de Joe Stillman (Shrek y Shrek 2).

Una pena que el trailer que hemos venido viendo hace meses haya destruido de un plumazo el efecto sorpresivo que podría haber tenido el visionado de la película. El trailer cuenta todo lo que esta película tiene de especial, por lo que a verla en el cine sólo le queda una historia normalilla, una aventura como tantas otras de rescate de cautivos y huida desde el fortín del enemigo.

Le sobra la moralina explícita por la que el protagonista le hace ver al general del ejército que lo que le mueve al enfrentarse al alienígena es el miedo a lo desconocido. Si esa era la (manida) moraleja alegórica de la xenofobia, el tener que expresarla explícitamente en boca de un personaje implica que no se ha logrado (o se cree no haber logrado) plasmarla a través del lenguaje cinematográfico a lo largo de la película.

Y sobre todo le sobran, porque ya cansan, y mucho, los permanentes “guiños” a otras películas entre las que no podía faltar, y en varias ocasiones, Star Wars. Parece que se ha extendido la creencia de que incluir guiños a otras películas es marchamo de calidad, de conocimiento del medio, necesario para estar a la altura. Y lo que se ha conseguido es que la cosa se convierta en algo cansino, sobre todo porque se acaba forzando las escenas para acomodar las referencias a otras películas, vengan a cuento o no.

En conclusión diría que es fiel reflejo del estado del cine español el hecho de que se hayan tenido que invertir nada menos que siete años y 60 millones de euros para conseguir hacer una película que, comparada con otras del mismo estilo de factura americana, es una más, estando a la altura pero sin destacar. Es, pues, la película más cara del cine español – poco le ha durado a Ágora el primer puesto en este ranking.

2012

2012 es una de esas películas en las que uno experimenta justo lo que esperaba, una de esas películas que hay que ver en pantalla grande. Emmerich parece haber decidido hacer la película de catástrofes por antonomasia, combinando elementos de prácticamente todos los tipos de calamidades de la naturaleza vistas en el cine, incluidas varias de sus propias películas.

Así tenemos terremotos como en “10.5: Apocalipsis”, volcanes como en “Dante’s Peak” y “Volcano”, hundimientos de tierra como en “The Black Hole”, olas gigantes como en “La Tormenta Perfecta” y “El Día de Mañana” e incluso una secuencia prácticamente especular a la huida de la Tierra relatada en “Cuando los Mundos Chocan”. Además, comparte con otras películas recientes como “Sunshine” que el trasfondo científico de la película sea una anomalía en el Sol, de cuya superficie muestra una imagen de impresionante belleza y realismo en las escenas iniciales.

Hace unos años se resolvió uno de los enigmas más conocidos de la astrofísica, al descubrirse que los neutrinos que necesariamente debe emitir el Sol no se detectaban en la Tierra debido a que por el camino se transmutan en una variedad de los mismos que escapa fácilmente a los detectores. La razón por la que en 2012 la Tierra se recalienta recuerda vagamente a este hallazgo, ya que los científicos de la película explican que los neutrinos del Sol comenzaron a transformarse en otro tipo de partículas capaces de calentar el interior de nuestro planeta. Para tranquilidad de todos, esta premisa es igual de ficticia, por imposible, que el resto de la película.

A pesar de las críticas al respecto, esta película no es un vacío alarde de efectos sin argumento. Tal argumento existe y contribuye decisivamente a dar cohesión a la sucesión vertiginosa de fenómenos espectaculares. Claro que no hay que esperar una historia de profundidades filosóficas. Al fin y al cabo al cine vamos a pasar un buen rato, y en 2012 encontramos todos los ingredientes necesarios para salir satisfechos de habernos decidido por ver esta película.

Julie & Julia

Hay películas basadas en hechos reales y otras basadas en libros. Julie & Julia es ambas cosas, y encima no se basa en un libro, sino en dos. Por todo ello, ya se trata de una película original.

El mayor activo de la película son sus actuaciones, pero curiosamente no la de Meryl Streep, quien a mi entender sobreactúa ligeramente en este papel, dándole a toda la historia un toque de histrionismo que para mi gusto siempre es bastante incompatible con la verosimilitud. Destacaría, sin embargo, las actuaciones de Amy Adams, Chris Messina y, sobre todo, Stanley Tucci, eterno actor secundario y siempre magnifico en sus variopintos papeles.

Messina y Tucci hacen, con sus actuaciones, que uno se pregunte por qué se ha consagrado el término “secundario” para etiquetar a lo que deberíamos llamar mejor “actores de reparto” y que no sólo no son secundarios, sino que en más de una ocasión salvan la película, como la que nos ocupa aquí.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Siempre a tu lado - Hatchiko

No me gustan las películas con animales. Y gracias a Hatchiko me he dado cuenta de por qué, ya que ésta sí me ha gustado, y es que el perro que la protagoniza es, simplemente, un perro. No habla, ni sabemos lo que piensa, ni se comporta de una manera más humana o inteligente de lo que le corresponde... simplemente es un perro en el que la habitual lealtad a su amo tuvo una manifestación singular.

De hecho, diría que el personaje del perro ni siquiera sufre la tentadora hipertrofia de ser el protagonista. El perro es un elemento esencial de la película, pero los protagonistas son las personas que salen en ella, y la lealtad. Por ello, la presencia del animal no convierte la película en una historia inverosímil, sino que constituye el hilo conductor de un relato tan posible como que está basado en hechos reales.

Por otro lado, tampoco me gusta el cine "sesudo" en que sus autores se regodean en no contar nada. Vamos al cine para poder vivir experiencias por las que no podemos pasar en nuestra rutina diaria. Es muy cierto que las historias y el modo en que nos las cuentan ha de ser verosímil para que podamos vernos inmersos en ellas, pero eso es muy diferente a que lo que nos cuenten sean situaciones que no suponen ninguna diferencia con respecto a nuestra cotidianeidad. (Por ello una historia totalmente fantástica bien contada, con coherencia interna, nos puede absorber mucho más que una película ambientada en un lugar y tiempo cercanos en la que, sin embargo, vemos incoherencias y actuaciones alejadas de lo verosímil.)

Así, también en este aspecto Hatchiko era una buena candidata a no gustarme nada: lo que relata es la vida cotidiana de una familia normalita en un pueblo normalito y a la que, en toda la película, no le ocurre nada fuera de lo normal.

Y sin embargo, me gustó la película.

Lasse Hallström tiene a sus espaldas una trayectoria tal que no necesita demostrar ya su valía. Y sin embargo en esta película ha vuelto a superarse con una dirección nuevamente magistral por la que a Siempre a tu lado no le sobra ni un sólo fotograma, cada secuencia y cada momento tienen sentido y consigue hacer de una historia a priori insulsa y más propia para un cortometraje, un largomteraje maravilloso que lleno de realismo lleva al espectador a sentir emociones intensas y a identificarse con sus protagonistas. Cine en estado puro, sin necesidad de grandes despliegues de efectos y recursos: sólo una buena dirección y excelentes actuaciones.

Mención específica merece la maravillosa banda sonora de Jan A.P. Kaczmarkek (Oscar por la de Buscando Nunca Jamás), un acompañamiento musical tan bien fundido con la película que es prácticamente impensable imaginársela sin ella. Parece concebida como una única sinfonía, en la que los modos de los diferentes movimientos se corresponden con asombrosa precisión con el desarrollo de la historia.

Para no perdérsela.

ÁGORA

Ante el estreno de la película Ágora, recibo muchas veces la pregunta de qué me parece, dada mi condición de astrónomo y divulgador de la ciencia al mismo tiempo que creyente, además de haberme destacado por mi interés en la interacción entre ciencia y cine. Voy a comentar mis opiniones sobre Ágora, pues, desde cada uno de esos puntos de vista.

Como astrónomo y divulgador de la ciencia no puedo menos que congratularme por el hecho de que una película de éxito tenga como protagonista a una astrónoma y que por tanto la astronomía tenga un papel distinguido en un medio tan popular como el cine. También me consta que Amenábar contó con el asesoramiento de astrofísicos profesionales para los aspectos científicos del guión, por lo que, como efectivamente es el caso, el rigor estaba asegurado. Como comenta el mismo Amenábar, Ágora es el resultado de la fascinación que sintió por la astronomía al contemplar el firmamento estrellado desde la cubierta del crucero en el que estaba disfrutando de unas vacaciones tras su anterior película. Esa fascinación le llevó a querer plasmar en la pantalla toda la historia de la astronomía de manos de sus protagonistas, idea que tuvo que abandonar pronto, por no ser realista encajarlo todo en un largometraje de duración razonable. La elección de Hipatia en su lugar no pudo ser más acertada. Aparte de su condición de mujer que la hace especial, el acierto radica sobre todo en el hecho de que, al no existir legado escrito de su pensamiento, permite especular sobre lo lejos que llegó en la investigación sobre las órbitas de los planetas e incluso atribuirle ficticiamente los avances alcanzados a lo largo de varios siglos, desde su propia época hasta la de Kepler, y así abarcar etapas de la historia de la astronomía que se extienden más allá de la longevidad de una persona, acercándose al máximo a la idea inicial de Amenábar.

Así, el director decidió hábilmente introducir una trama paralela en la que el protagonista no es de carne y hueso, sino la superación del modelo geocéntrico de Ptolomeo para el sistema solar. A lo largo de la cinta, esta superación está a punto de materializarse a través del empeño de Hipatia por explicar de modo sencillo las trayectorias aparentes de los planetas en el firmamento. Esto la lleva a refutar objeciones, utilizar la intuición y experimentar, todo ello prácticas propias de la investigación científica. Parece que esta búsqueda de la explicación de las órbitas de los planetas es un original e interesante elemento constitutivo de una subtrama de la película, que además en principio parece que ha de complacernos a quienes abogamos por la presencia de la ciencia en un elemento de tan alto valor difusivo como el cine.

Sin embargo, desde el punto de vista cinematográfico y del de divulgador no puedo dejar de ponerme en la piel de un espectador que no tenga ningún especial interés por la astronomía y preguntarme si a través de la película este interés se ve estimulado de algún modo. Para ello he de tener en cuenta que quien va a ver una película al cine va a ver una historia en la que identificarse de algún modo con el protagonista. Y mi impresión es la de que no todos los tramos de la película en que aparecen contenidos astronómicos consiguen presentarse como parte de la subtrama pretendida, sino que aparecen como incisos carentes de engarce argumental con el resto de la película y dan sensación de responder a un afán aleccionador, lo cual produce rechazo cuando menos inconsciente en el espectador y no precisamente unas ganas de saber más. De hecho, muchos espectadores comentan que les ha gustado tanto la historia que se relata como “las partes de documental”. Si esas secuencias son percibidas como “documentales”, por mucho que gusten, está claro que Amenábar no ha conseguido meterlas en la película como una subtrama argumental. Por el contrario, rompen el ritmo de la historia principal y, debido a que no pueden ser entendidas del todo por personas no iniciadas en la problemática de los modelos del sistema solar, no aportan otro foco de tensión argumental, base fundamental de cualquier guión.

Muchos colegas astrónomos o divulgadores no entenderán esta crítica ya que, igual a mí, como entendidos del tema, esos incisos nos interesan por sí mismos porque hacen referencia a un tema que conocemos bien y nos apasiona, y nos entretiene ver cómo se explica en la película. Pero se nos olvida que aparecen repentinamente conceptos inexplicados como “modelo de Ptolomeo”, “epiciclos”, “focos de una elipse” y largas conversaciones difíciles de seguir. Aparte de que no da tiempo a explicarlos lo suficiente, hay que tener en cuenta que al espectador se le presentan en un contexto de esparcimiento, en el que no está precisamente en actitud de “aprender” o de hacer un esfuerzo por comprender. El cine es un medio que llega a muchas personas, pero lo es precisamente porque es una oferta de ocio, y en ese contexto es donde hay que analizarlo.

Hay que decir que la falta de pasión de la actriz no contribuye tampoco a transmitir la emoción de la investigación científica. Parece que ha confundido la impaciencia o el mal genio por no dar con la solución de un problema científico con síntomas de pasión por la ciencia, que a mi entender no llega a transmitir al público la por otro lado gran actriz que es Rachel Weisz.

Desde el punto de vista del creyente, por otro lado, no voy a caer en la tópica crítica superficial de quien es irritado por ver a cristianos como los malos de la película, nunca mejor dicho. La película deja claro que no son los cristianos en general los que instigan y practican la violencia, e incluso presenta al principio a los que luego son violentos como benefactores de los pobres y adalides de la caridad (que después no practican). No tengo problema por tanto en ver a los parabolanos en el papel de villanos, como tampoco me molesta por ser alemán ver a los nazis alemanes en la segunda guerra mundial como los malos de películas sobre la contienda, incluso cuando se les llame simplemente “los alemanes”. Sin embargo no puedo dar por válida la representación de San Cirilo como cómplice de los desmanes de los parabolanos, carente de todo rigor histórico. Parece que se ha elegido representar al obispo Cirilo de Alejandría de esta manera con la clara finalidad de poder luego escribir en la pantalla, al final de la película, que tal sinvergüenza “fue declarado santo y doctor de la Iglesia” y así poder aprovechar para asestar una pequeña puñalada a la Iglesia actual, desacreditando no sólo a los fanáticos, como le gusta decir a Amenábar en todas sus declaraciones al respecto, sino con ellos a todos los creyentes de todas las épocas, algo tan de moda en la actualidad.

Finalmente, un comentario al modo en que se presenta la relación entre la fe y la razón, entre la religión y la ciencia. Considero que es éste el aspecto más central de la película, abordado muy brevemente, pero de modo muy claro y revelador del pensamiento que subyace en sus autores. Son sólo dos frases que intercambian Hipatia y su discípulo Serafo, ya como obispo de Cirene. Éste quiere convencerle de que se bautice públicamente para que la población mayoritariamente cristiana apoye al prefecto romano, también cristiano, al que ella asesora. Ella le contesta que él no puede cuestionarse lo que cree mientras que ella debe hacerlo. Estas palabras tienen una gran carga ideológica, ya que representan una visión muy particular de la relación entre ciencia y fe. Es la que compara ambas realidades desde el punto de vista de su capacidad de cuestionarse lo que se considera aceptado: La ciencia no sólo puede hacerlo, sino que su avance se fundamenta en ello. Y a la religión se le reprocha que implica la aceptación de determinadas verdades sin cuestionarlas. En la base de esta comparación está la suposición de que ambos ámbitos compiten en el mismo plano por ser la fuente de conocimientos sobre el mundo. Esta cuestionable simplificación es el fundamento de la corriente de moda conocida como “cientifismo” o “cientificismo” que pretende encumbrar a la ciencia como única manera válida de conocer el mundo, negando cualquier realidad que no pueda ser conmensurada y explicada en términos científicos. Con esa premisa es lógico que se vea con hostilidad cualquier realidad que afirme, considere o propugne otras realidades no materiales y que naturalmente no funcionan con los mismos mecanismos que la ciencia, como el de cuestionárselo todo. Sin embargo, que en la religión uno acepte por fe determinadas verdades no implica que no pueda aplicar el pensamiento crítico donde corresponde, como por ejemplo en la ciencia, además de muchos otros ámbitos e incluso en la propia religión. Desde estas corrientes cientifistas se viene pretendiendo mostrar a la ciencia como incompatible con la religión, aduciendo falseadamente casos como el de Galileo, la evolución o tantos otros a los que Amenábar pretende añadir el de Hipatia y Alejandría. Lo más curioso es que al pretender hacerlo, en el pasaje al que he hecho referencia, se echa piedras al propio tejado –se podría incluso decir que se pone en evidencia sin pretenderlo—, ya que la respuesta de Hipatia, al ser un argumento para no abrazar la fe cristiana, pone a la ciencia como una alternativa a ésta, es decir la presenta como otra creencia, poniéndola a la altura de lo que pretende combatir y despojándola precisamente de lo más valioso que tiene, que es su capacidad de objetivación y de demostración que elimina la necesidad de ejercitar la fe en sus resultados y en la validez de éstos dentro de sus límites de aplicabilidad (que son los límites que desde el cientificismo no se quieren admitir).

Desde el punto estrictamente cinematográfico opino que le sobran muchos minutos en que aparecen primeros planos de personajes pensantes, tan propios del cine español, planos que no aportan contenido y además dan lentitud a la película. Le sobran también las secuencias en que el plano sale del planeta Tierra y ofrece una visión desde el espacio. Me imagino que con ellas se pretende transmitir lo ridículo de las rencillas terrenas en el contexto de la pequeñez de la Tierra en el espacio, lo cual es un pensamiento bello y certero, pero aún así considero que no encajan. Finalmente, el corte argumental que sufre la película a mitad de su duración tras lo que parecía ya el final de la historia y en el que se ven sobreimpresos varios comentarios, como suele suceder al final de las películas, es demasiado desconcertante como para considerarlo una original genialidad por parte del realizador.

En resumen, es una película que habría estado mucho mejor si hubiera contado con un asesoramiento en historia como lo tuvo en astronomía, a la que le sobra carga ideológica y que adolece, aunque en menor medida que la mayoría, de los defectos típicos del cine español cuyo resultado es un ritmo poco constante y a veces demasiado reflexivo y lento. Globalmente le daría una puntuación de 6 sobre 10, apuntando que para ser la película más cara del cine español hasta la fecha, esperaba bastante más de ella.